La ciudad que no duerme
- clasandovall
- May 10, 2021
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Un año desde que comenzó la cuarentena. Dos de la madrugada. Oscuridad y el sonido de una alarma eran el ambiente de una habitación donde dormía el señor Antonio.
Con una mirada cansada y un ojo ente abierto, apago la alarma y se vistió. Salió de su casa manejado hacia la casa de sus hermanos. Lo recibieron con la misma cara de desvelo que el señor Antonio tenía. Todos subieron al carro y a las dos quince de la mañana emprendieron su viaje.
Oculta entre neblina apareció un lugar lúgubre, pero repleto de gente, a través de la neblina podías ver una ciudad llena de comerciantes donde sus habitantes se dedican a trabajar constantemente, una ciudad que no duerme y no para de trabajar. En la entrada con unas pequeñas y tenues luces decía Central De Abastos de la CDMX.
Al bajar del carro lo primero que te inunda es un olor a fruta y verdura podrida y en segundos eres abrumado por chiflidos y el sonido de los tráileres de carga entrando.
El señor Antonio y sus hermanos abriendo la bodega donde trabajan y en todo el pasillo faltaban sol tres bodegas por abrir, al parecer ellos llegaron tarde pues uno de los hermanos digo “a esta hora ya paso don Epifanio, seguro como no encontró abierto y se fue con el Caguamo”, eran apenas las dos cuarenta de la madrugada.
Diableros, cafeteras, comerciantes y compradores, llenando los pasillos de la central. "Jamás dejamos de trabajar” dice el señor Antonio, “Lo que se ve es lo mismo que éramos hace un año, solo que nos adaptamos.” cualquiera pensaría que un lugar con tantas personas tendría un caos con seguir los medios de salubridad, pero no.
Julio un diablero que trabaja en el mismo pasillo que el señor Antonio, interrumpió la conversación para decir “la central de abastos fue un refugio para muchos” mientras una cafetera lo veía con cara de confusión; “cuando comenzó la cuarentena muchos perdimos nuestros trabajos, yo no fui la excepción, viene a encontrar trabajo aquí” siguió contado.
“Un total de trecientos y cuatrocientos pesos es lo que gano un día laborando”, dice julio mientras le compra un café y un pan a la cafetera que estaba entretenida en la conversación, “tenemos que trabajar alrededor de siete horas como diableros para sacar esa cantidad y podernos ir con un sueldo estable a casa.”
La cafetera entro a la conversación “llevo trabajando aquí desde que tengo dieciséis año y nada ha impedido que la CANACA se cierre, si esto cerrara mucha de la economía se vendría abajo todos los tianguistas se surten de aquí.”
Tres quince de la madrugada. Antonio junto con Julio tomaron su diablo para iniciar la jornada laboral donde acarrean fruta.
Acarreaban de una bodega a otra alrededor de quince cajas plátano de veintidós kilos cada uno, un viaje tras otro, pasaban entre pasillos llenos de basura, cajas apiladas de frutas, la gente estaba en todas partes, el movimiento que se sentía de ver a todos trabajando podía llenarte de energía para querer también trabajar.
“¡Échale Gilligan!” gritaron en un pasillo de la U, refiriéndose al señor Antonio quien se había quedado parado en una esquina tratando de recuperar el aire, ¡Pendejo! Respondió entre jadeos.
Llegando a la bodega donde trabajan los hermanos de Antonio, uno de ellos ya lo estaba esperando para descargar su quinto viaje y poder estibar las cajas, mientras que el otro vendía a los clientes que iban llegando.
“La vida comercial aquí es muy complicada” dijo Marcelino uno de los hermanos de Antonio, “nosotros no paramos, el comercio no para, la central de abastos no puede cerrar por este contratiempo del Covid, los comerciantes de aquí no se pueden dar el lujo de decir hoy no voy a trabajar.”
“Cuando fue el auge de la pandemia en julio del 2020 varios de los negocios de la central de abastos cerraron pero la mayoría siguió resistiendo, pero en consecuencia hubieron muchas pérdidas” digo un cliente de la bodega, que mientras contaba el dinero para pagar, seguía contado la caída que tuvo la central de abastos hace ya unos meses. “en la sección de la subasta hubieron algunos saqueos, no fueron muchos pero hubieron.”
“Lo peor fue cuando los negocios decidieron volver a reabrir se vino una oleada de delincuencia culerisimaaaa” expreso el cacharpo, trabajador de la bodega de enfrente quien olía alcohol y tacos de sudadero. “en este pasillo asaltaron cinco veces solo una sema”.
“Estuvo tan culero que nos detuvo más la delincuencia que el mentado Covid”, dijo bromeando el palenque mientras todos lo que estaban involucrados en la conversión soltaban una carcajada.
El tiempo pasa tan rápido que no te das cuenta de cómo la oscuridad es opacada por la luz del día, la gente esta tan ocupada en su trabajo que muy pocos se dan cuenta cuando amanece en la CANACA, “así son todos los días aquí, trabajo, comida, cotorreo, delincuencia pero al final nadie deja de trabajar” dice Antonio mientras pone los candados para cerrar la bodega.
Lo que al llegar estaba inundado en neblina, ahora se podía ver más claro pero la vista no era más agradable, basura por cualquier lado, borrachos tirados sobre las calles y el olor ya no era solo de fruta y verduras podrida, ahora se le juntaba un olor desagradable de orines y mugre, podrías agradecer tener cubre bocas en ese momento.
“Maña la rutina se repite, y pasado maña, tal vez se repita hasta que fallezcamos, pero aseguro que aunque eso pase la central de abastos nunca dormirá” dice Antonio mientras maneja hacia la salida de la CANACA.
ALEJANDRA ARRIAGA
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