Las gorditas del ferrocarril de San Bartolo
- Alan Chaim Nájera Jaimes
- Apr 20, 2021
- 3 min read

Por Alan Nájera
El vagón comenzaba a temblar, las ruedas a girar y el silbato del ferrocarril alertaba a las últimas vendedoras dentro que debían bajar. Corriendo, justo antes de que la máquina se pusiera en marcha, Alma logró salir de un brinco hacia la árida tierra de San Bartolo, San Luis Potosí. Había vendido todas las gorditas de huevo con chile ancho, hoy llevaría dinero a su casa.
Esa mañana de 1966, antes de saltar de un tren casi en movimiento, Alma, la más joven de las vendedoras ambulantes, tuvo que despertar primero que los gallos. Cuando el cielo estaba más oscuro y las estrellas iluminaban lo suficiente como para ver en la madrugada. Debía correr al molino, a unas cuadras de donde vivía, para moler el nixtamal, una combinación de maíz, agua y cal que, una vez cocido, llena el paladar con su gusto a pan saladito y suave.
Cuando Alma regresó, casi las 5 am, su madre, Doña Cata ya había despertado y encendido la estufa: un conjunto de palos de madera acomodados en cuadro, rellena de tierra, con tabiques alrededor para sostenerla y leña de mezquite como combustible. El comal estaba puesto encima, con una olla de frijoles para dar de desayunar a Don Luis, su esposo, que debía irse al trabajo como capataz, “mal pagado, pero pagado”, recordaría Alma casi 60 años después.
Con el comal puesto, seguía el segundo paso de la preparación, hacer los guisados. Había de frijol, carne de puerco (cuando Dios lo permitía), chorizo, papa y huevo con chile, la especialidad de la casa. Alma revolvía el huevo, rápido, casi en automático y lo vertía en una cacerola, en donde también echaba el característico chile ancho ya hervido, dorado y molido.
Ella aplanaba la masa de nixtamal, algo pegajosa pero con el típico olor a maíz; luego hacía bolitas del tamaño de la palma de una niña de trece años y las ponía alrededor del comal. Un vez cocidas las cortaba por mitad, con una precisión casi quirúrgica para que no se saliera el guisado. Se dejaban dorar un poco y quedaban listas. Entonces Alma partía de su casa hacia el tren, donde las gorditas debían venderse todas en una sola oportunidad.
Puntual, el ferrocarril llegaba a las 10 de la mañana a Rio verde, San Bartolo. Seguía la ruta Chicalote-San Luis-Tampico, inaugurada el 15 de abril de 1890 por la legislación del estado de San Luis Potosí. La estación, construida dos años después que la línea, era tan pequeña como una casa, tenía fachada blanca, y un tejado aledaño a la entrada, que era lo único que protegía a los próximos viajeros y a las vendedoras del sol.
Los frenos se activaron y el monstruo de metal se detuvo. Había llegado la hora. Alma subió a uno de los 5 vagones con una canasta del tamaño de su torso tapada con varias mantas para guardar el calor de las gorditas. Esta vendimia ya tenía popularidad. No se necesitaba hablar para promocionar la comida. Los clientes gritaban para que Alma fuera hasta su lugar y les vendiera de lo que trajera “¿traes de huevo?” era lo primero que preguntaban, aunque siempre terminaban comprando también de chorizo y de frijol.
La chica no se quedó ni con una gordita para el camino, había hecho unas 100 en total, mitad de huevo y mitad de los demás guisados. Debía salir, el silbato y la vibración le advirtieron que si no lo hacía, tendría que esperar el regreso del tren hasta las 6 de la tarde. Corrió a la salida y con ayuda de sus amigas del pueblo, también vendedoras, logró brincar fuera de la máquina. Había pasado la primera estación de su día.
De regreso a casa, Alma dejó el dinero que había conseguido por vender cada una de las gorditas a 20 centavos. Comió taquitos de frijol y el resto del día, debía acarrear agua de la laguna, ir al sembradío por verduras, cortar algunas flores de su huerta y ayudarle a Doña Cata a entregar las costuras de las señoras del pueblo. Esto antes de las 5 de la tarde cuando, si tenía tiempo, volvía a hacer gorditas para los pasajeros del turno vespertino.
Hoy, Alma ya no vende en el ferrocarril. Se fue a la capital mexicana en donde tiene su propia casa con hijos y nietos. Las vías quedaron sin funcionar, las personas de entonces murieron o se mudaron, sin embargo, las gorditas de huevo son la memoria gustativa que la ruta San Luis-Tampico dejó en los descendientes del pueblo de San Bartolo.
Hola, Alan. Antes que nada te ofrezco una disculpa por la demora para calificar tu trabajo, perdona la confusión también. Respecto a tu crónica, quiero felicitarte por un trabajo casi impecable. Fluido, con una historia que al final encuentra su relevancia social (periodística) para un lugar, con una redacción muy cuidada y con una buena descripción de las escenas.
Además de sólo tener un par de errores, que a continuación te comparto, los únicos puntos donde creo que puedes mejorar son con respecto a darle voz a los protagonistas de la crónica, así como ir un poco más directo en los primeros párrafos para saber de qué va tu texto. ¿Estuvo mal la entrada? No, en realidad me encantó, pero…