Entre gel antibacterial y lentes para ojos
- José Enrique Ramírez Romero
- May 10, 2021
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José Ramírez Romero
A las seis de la tarde en Minatitlán, Veracruz, en la calle de José Arenas número 5, aguarda una puerta de metal con unos reflectores que alumbran la palabra “oftalmólogos”. Una señora, acompañada con su esposo, llegan al lugar y se quedan observando a la puerta, - ¿será aquí? -, se pregunta la señora y temerosa decide tocar el timbre de la puerta, al abrirse, los recibe un joven que apenas se le ve la cara por el cubrebocas, la careta y un gorro que trae en el cabello. Les pregunta si traen cita.
En la mañana del mismo día, domingo a las nueve para ser exacto, la calle donde se encuentra el consultorio está tranquila: sin carros, taxis o microbuses que avanzado el día van a pasar. Silvia y Leti llegan a la cortina de metal que protege el lugar, le quitan los candados y la levantan. Entran por la puerta de metal y lo primero que hacen es irse a ponerse su pijama quirúrgica, esas que los doctores usan cuando van a operar y se ven súper lisas, además de su gorro para el cabello y una bata especial para protegerse del COVID-19.
A los pocos minutos llegan Sofía y José, que también son hermanos. Pasan a través de todo el consultorio: la sala de espera, el cuarto donde se realizan estudios de los ojos y procedimientos como el láser para evitar el desprendimiento de la retina, pasan por uno de los consultorios para llegar a la parte de atrás. Ahí se encuentra todo lo referente al instrumental de las operaciones, recetas, gotas, armazones y el baño.
Primero su pijama quirúrgica, luego su bata para evitar la adherencia de virus o bacterias en su piel, su gorro en el cabello, guantes y por supuesto, el accesorio que se encuentra de moda de forma involuntaria, su cubrebocas. Al momento que salen los dos de cambiarse, tocan el timbre, el paciente de las 9 am ha llegado.
Cruzan todo el consultorio para llegar a la sala de espera y abrirle. Huele a desinfectante, a limpio, a que han fumigado con Lysol los asientos, escritorio, baños, manijas, todo ha sido rociado con ese peculiar olor del desinfectante en aerosol.
- Buenos días, ¿tiene cita? – le pregunta al señor que se encuentra fuera de la puerta metálica.
- Sí, a las 9 –.
- Okay, pase de este lado por favor – le enseña un tapete sanitizante que está junto a la puerta.
El asistente de recepción, José, que más bien parece un portero del consultorio, ya que su único trabajo es abrir la puerta a los pacientes que llegan y se van, lleva a cabo el protocolo que, al igual que el cubrebocas, es una moda impuesta y no parece tener fin. Toma el gel antibacterial, el tan afamado termómetro de pistola y el oxímetro, se dirige a donde está el paciente y dice
- Señor, le voy a tomar su temperatura y le ofrezco gel antibacterial –.
A pesar de que algunos pacientes le ponen el brazo para que le tomen su temperatura, él tiene órdenes de la doctora Daniela García, su jefa, de tomarle la temperatura al paciente y su acompañante en la zona de la frente.
Una vez que se sientan, acude el portero con el oxímetro con el fin de descartar que el paciente tenga síntomas del temido virus. Una vez que todos sus signos están bien, Sofía procede a preguntarle cuál es su nombre y buscar su expediente entre toda la montaña de papeles que tiene en su escritorio y que no están a la vista de los demás.
Así van repitiendo el protocolo con cada persona que entra, algunas veces sienten que ya lo hacen de forma automática. Los domingos son los días que más pacientes tienen, aunque han tratado de limitar las citas para evitar que los pacientes de los doctores se junten y la sala de espera sea un lugar de sana distancia, no como era en el pasado que se dejaba entrar a todos los pacientes con toda su familia.
Conforme va pasando el día, los pacientes entran y salen del consultorio, el doctor Ezequiel Díaz, esposo de la doctora García y también oftalmólogo, se cansa con cada paciente pero piensa que alguien debe pagar las cuentas de luz que genera tener todos sus aparatos encendidos. Entre cada paciente se toma un descanso de cinco minutos para recuperar energía o ver al Cruz Azul.
Para las seis de la tarde, todos en el consultorio están cansados, afortunadamente sólo falta un paciente en llegar, que se preguntaba si éste será el consultorio donde tiene su cita, pero no es el último en ser atendido, ya que es común ver a gente con los ojos cerrados porque espera a que su pupila dilate y poder revisarles la retina con mayor profundidad.
Poco a poco la sala que hace unas horas estaba llena, se queda con dos pacientes y sus acompañantes, ya no se siente el calor tan pesado como hace unas horas, los recepcionistas empiezan a hacer cuentas de cuántas consultas tiene el doctor, término que usan para contar el dinero de forma más fácil, algunos pacientes o acompañantes se quedan dormidos por el tiempo de espera y otros se mantienen atentos a la película que se ve en la televisión del consultorio.
Sale el último paciente, le agendaron cita dentro de dos semanas para evaluar su avance. Sofía y José le dan su cita, abren la puerta y oficialmente se ha acabado el día laboral. Se dirigen a la parte de atrás del consultorio para quitarse la bata, gorro y guantes y decir adiós a tan exhaustiva jornada que, dentro de dos semanas, se repite.
Eres demasiado descriptivo con elementos que no aportan nada a la narrativa y demasiado ligero con los datos que pudieron haber aportado una historia.
¿Por que elegir para describir cosas o momentos tan rutinarios como leer un letrero o entrar a un negocio?
Ten cuidado con lo que decides contar, para eso sirve tener un ángulo concreto y un hilo conductor sólido.
CALIFICACIÓN: 8